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Un soneto tranquilo, para esta apacible tarde de escrutinio.

Si el fuego con el fuego no perece
ni hay río al que la lluvia haya secado,
pues lo igual por lo igual es ayudado,
y a menudo un contrario al otro acrece,

Amor – que un alma en dos cuerpos guarece –,
si has nuestras mentes siempre gobernado,
¿qué haces tú que, de modo desusado,
con más querer, así el suyo decrece?

Tal vez igual que el Nilo que, cayendo
desde muy alto, su contorno atruena,
o cual sol que, al mirarlo, está ofuscando,

el deseo que consigo no consuena,
en su objeto extremado va cediendo
y, al espolear demás, se va frenando.

No habrá sido Petrarca el primero en notar este fenómeno, pero está muy bien expresado aquí. Y es altamente probable que haya servido de inspiración al de Lope de Vega que publicamos hace unos días con el título de Contrarios.

La naturaleza vuelve a ser usada como fuente de comparaciones. Ríos y lluvias, otra vez el fuego y el sol, tienen comportamientos simples y predecibles. No así el amor, que se comporta en modo «desusado» y cuando aumenta de un lado, disminuye del otro.

Aunque se puede interpretar «consigo» como primera persona de «conseguir», creo que en este caso hay que tomarlo como «consigo mismo». Queda para los comentarios el sentido de la imagen del Nilo y cómo ilustra el mecanismo observado.